lunes, 27 de julio de 2015

Manual de huida

Para huir no hace falta huir. Simplemente quédate quieto, cierra tus ojos tan fuerte como puedas y lleva tu mente donde nadie te pueda alcanzar. ¿Es tan sencillo como parece? Ahora bien, escucha tus latidos, sí, esa lata olvidada bajo el pecho. Hiberna. Mira el mar. Mira el cielo. Mira lo que te reconforta mirar. Pero no te mires a ti si lo que quieres es huir. Si huyes es por ti.  Así que ya te mirarás cuando sientas que quieres. De momento, imagina que eres un caballo corriendo en una playa que nunca se acaba.

Si por el contrario no te convence la idea, puedes coger lo que pilles, dejar todo atrás y correr. Desaparecer. No hay mayor efecto, ni mayores consecuencias. Giras en contra de las agujas del reloj, pero no del tiempo. Quizá necesites ver tu reflejo en el agua y tenderle la mano, sonreírte y, aunque suene absurdo, abrazarte. Porque cuando una parte de ti huye y la otra quiere quedarse puedes romperte, ya que desafortunadamente no somos chicles de Willy Wonka.

En fin, que huir significa ir a buscarte.



miércoles, 22 de julio de 2015

Perder la cabeza nunca fue barato

Llevo bastante tiempo sin escribir, tanto que se me han oxidado los dedos y siento un abismo enfrente de mi. A veces vivimos tan deprisa que frenar en seco nos corta la respiración, y cuesta recuperarse. Y a mi, que me gusta vivir lento, estos últimos meses sólo me ha dado tiempo a escribir en mi mente todo lo que filtraba del mundo.

Ahora es de noche, hace calor y las ideas se tropiezan en mi cabeza para ser escritas. El señor que hablaba cincuenta y tres idiomas en el lago del Retiro, los arañazos de las plantas en mis pies casi descalzos, las charlas de futuro con amigas, las caricias y la tarde en la que nos comimos las palomitas antes de entrar al cine. Y creo firmemente que todas estas cosas me han hecho más real. Hoy abro mis brazos y abrazo al verano y su música de cine. Vuelvo a mi.